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Tapete. 
Papel moneda,  lona y video, 250 x 185 cm, 2000

 

 

Circulante.
Papel moneda, vinil, video, dimensiones variables, 1998


 

Fascinación, vértigo, es algo de lo que Patricio Palomeque parece experimentar ante el dinero, como objeto y como símbolo. Si un pintor para serlo de veras requiere haber desarrollado lo que Mearleau Ponty llama “una teoría mágica del color”, o en términos de Félix de Azúa “su propio y original leyenda del color”; esta puesta en escena de una visión, de una idea, de una situación que de un tiempo a esta parte conocemos como instalación, reclama a su vez, de un concepto o de una leyenda. Palomeque la ha elaborado y su leyenda cuenta que este cúmulo de billetes tan flamantemente envejecidos, muertos sin mácula, sacados de circulación por las misteriosas disposiciones del sistema financiero, fueron el botín del asalto de un banco perpetrado por el autor hace poco menos de veinte años. El banco, que nunca pierde, habría alertado sobre los números de las series sustraídas y estos billetes habrían quedado automáticamente neutralizados, desvalorizados; millonaria e inservible reliquia con la que conviviría el artista.

Botes saturados de billetes, billetes adheridos al piso, una leyenda inscrita en el muro y en el anvés de otros billetes que dice: “La huella de la palma de la mano” y una imagen en video, dentro de una carpa de camping, donde otra mano, la de la cajera de un banco, cuenta billetes infinitamente –como una penitente-, son los elementos que conforman Circulante. Con ellos, Palomeque busca llamar nuestra atención sobre la dimensión maléfica que con la explosión de los grupos financieros y la infinidad de estrategias bancarias para captar capitales, ha alcanzado el dinero entre nosotros; fatídico fetiche que marca nuestras relaciones cotidianas, casi nuestra segunda seña de identidad; nuestro cambiante registro digital; sobre nuestros niveles de dependencia –digamos incluso adicción- al dinero y, claro está, al emplear especies monetarias fuera de circulación, alcanza a comentar los agudos procesos de inflación y deterioro que ha sufrido nuestra economía.

Pero acaso también Palomeque aspire en este espacio de fragmentación a reconstruir su leyenda, a recontárnosla visualmente. Pues etimológicamente “contar”, como bien lo saben todos los grandes narradores, esconde los verbos: computar, contabilizar.

Artista circulante y circular, la fascinación y el vértigo de Palomeque ante el emblema y el objeto dinero no es coyuntural. Entre sus más apreciados artefactos plásticos está un cuadernillo titulado, De limosnas, en el que sobre un paquete de billetes de cinco sucres ha yuxtapuesto, con gran ingenio y sagacidad visual, imágenes de santos tomados de la estamperia hagiográfica y religiosa que se vende en los portales de nuestras iglesias, allí donde moran los mendigos, esa parte maldita del cuerpo social; excrescencia  humana que nuestros planificadores y promotores turísticos no saben como sacársela de encima, como extirparla. Allí esta Palomeque en uno de sus mejores momentos, Haciendo converger sentidos, espacios, tiempos, personajes, con una encomiable eficacia plástica y coherencia estética. Dramatis personnae  que pasa por un devocionario, por el álbum de un numismático.

Aquí estamos Patricio sin un solo peso, sin un solo chelín, rupia, rublo o sucre. Vos y yo solo, desolados, como tantas horas de estos días en las que hemos orillado las calles; circulando sin circulante; indiferentes a la pobreza, convencidos de que el dinero siempre solo fue un medio para escaparnos a las trampas del tedio; para intentar huir de lo que más nos aqueja: las extrañas afecciones y contradicciones del corazón, el centro de nuestro sistema circulatorio, ese músculo que acaso no sea otra cosa que un pedazo de papel corrugado,  tan manoseado y manoseable, pero no susceptible de manipulación como el papel moneda que hoy nos entregas a puñados, como un gesto generoso e inteligente de desprendimiento.

Cristóbal Zapata